El alma se me hizo pedazos. Apenas en unas cuantas páginas había caído en tantos y tantos errores, en tantas y tantas pendejadas -incluyendo las de mis antecesores- que simplemente no pude más. Mi alma se tuvo que rearmar en una larga depresión durante la cual el culo se me puso demasiado gordo y el corazón me pendía de un hilo. Sufría unas punzadas terribles repentinamente, tan fuertes que me arrojaban al piso donde permanecía durante algunos minutos, esperando a que la muerte sobreviniera a un dolor que sólo traía más dolor. A veces me levantaba con la ayuda de alguien, a veces sola, pero para mi desgracia siempre me levantaba, nunca acababa de estallarme el corazón.
Su ausencia me inmovilizaba por grandes periodos, la había envidiado con tanta fuerza que terminé por necesitarla más que a mi misma. Se fue y mi cuerpo perdió toda su energía, era como si su recuerdo me vampirizara desde lejos dándome fuertes jalones en el músculo cardiaco.
El día que la encontré ya tenía yo el corazón hecho añicos y el alma juvenil desarmada y reconstruida en una tenebrosa cañada.
Cuando la volví a ver me pareció aun más hermosa que en los viejos tiempos, se había puesto más alta y más andrógina, más musculosa. El espíritu festivo y promiscuo no se le había quitado, pero su malicia había mejorado en forma conspicua y me hizo notar de inmediato que nunca se puede estar demasiado peor en esta vida y que el haberla encontrado después de tanto sufrimiento no era un alivio si no una nueva pesadilla.
Fragmento de un capítulo de Amazon Party, publicado en 2007