Toqué la puerta, pude escuchar sus pasos descalzos acercándose sigilosamente, de pronto una pequeña sombra tapó el ojillo y escuché nuevamente los pasos, su olor se intensificó, después su silueta se atenuó, escuché el cerrojo de la última recámara girar suavemente, volví a tocar, esta vez escuché el chirrido del colchón donde duerme, volví a tocar, en ese momento el sudor se hizo más perceptible, luego escuché como sus pasos se acercaban al closet. Escuché el atomizador del perfume, sentí el olor.
Vuelvo a tocar, de pronto siento un olor a bocadillo, a desesperación, es extraño, ahora hay un olor a lágrima, no comprendo, ¿le ocurrirá algo?, esta vez toco con más fuerza, aspiro hasta la última bocanada, siento que algo cae en el interior del departamento, un ligero grito. En todo el tiempo que lleva mi vecino en el edificio jamás se le había caído nada, ni una hoja de papel, es un chico casi impecable. Ahora sí que estoy tocando fuerte, el muchacho me tiene preocupada, lo siento dar pasitos inarmónicos en el interior del cuarto.
–¿Está todo en orden? –le pregunto. –Hermano, no temas. Trato de animarlo.
El olor a lágrima está a punto de causarme nausea. Tengo que abrir, no vaya a ser que el pobre muchacho se asfixie. De pronto él abre. Esta vez la apreciación de sus facciones es total, tiene piel de obsidiana y ojos ambarinos, las pestañas muy pobladas, relucientes, sonríe ampliamente con labios grandes y dientes pequeños, se le hacen unos hoyuelos en las mejillas, es alto como un hastial, tiene aspecto de venir de una clase noble, emite una risa maravillosa, aunque fingida. Ha llorado, se ha metido el bocado con desesperación y se nota. Trato de reanimarlo con otra risa maravillosa. Se queda atónito.
–¿Tienes cuenta de banco? –le pregunto, llanamente.
Me parece que se exalta pero trata de disimular, se oculta magistralmente. Pero yo sé muy bien que ha llorado, no me puede engañar. De pronto detecto un diminuto trozo de galleta en el primer molar izquierdo. Súbitamente la expresión de su rostro cambia. Y no comprendo. El olor adquiere matices de auténtico voto invisible. Me siento emocionadísima de tener frente a mi a semejante soldado.
De un modo francamente incomprensible mi vecino me dice que está harto de mí, que ha comprobado que no duermo sólo por esperarlo, que ya no sabe cómo hacerle para evitar que mi nariz llegue hasta él. Estoy atónita, luego me dice que por el amor de dios le permita tener vida privada. Trato de mascullar algo, pero sólo consigo chillar levemente. El tipo se enfurece aún más cuando me escucha, entonces corre hasta la cocina, trae una escoba y comienza a darme con ella.
–lacr. –Consigo articular...
–¡A mi no me engañas! –Grita fuera de si. Luego me da un fuerte portazo