Cuando aquella eternidad empezaba llegó un herido grave a mi playa. Instalada en esa recién adquirida infinitud la estudiaba, me complacía en crearle un concepto para entender su falta de cuerpo, su forma de ánima invisible, que de aquí en adelante me acompañaría sin ninguna pena; en vislumbrar que siendo tan inmensa pudiera compactarse hasta lo interminable y venirse conmigo en todos mis viajes, en contemplar su belleza desnuda bajo el sol, sobre la arena, dentro del agua, en el aire, su sonrisa discreta y su mirada sobre la mía. Empezaba a entender.
Omitieron una cláusula importante quienes me entregaron esa eternidad, puesto que nunca me dijeron que se acabaría. Que un día llegaría un herido a mi playa y me mataría ahí mismo, para quedarse con ella y morirse luego.
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