El espíritu del Amante Muerto no pudo apartarse, se había quedado por ahí, en la habitación, avergonzado y arrepentido porque ella sabía de su latrocinio (desde su muerte sabía que ella lo sabía). Por otro lado, el magnetismo de las arcas y su dinero había cooptado su alma. Como una mariposa nocturna engañada por el brillo de un foco miserable, abortó su viaje hacia la luna y se quedó circundando a Eva, ama y señora de las arcas de la Serpiente. Eva lo supo de inmediato. Una vez enfundada en su traje de mártir, de sirvienta, de prostituta, se dedicó a recordar segundo a segundo, y, como si su alma se hubiera partido en dos, vivió otro pensamiento simultáneo; en uno escuchaba y obedecía maquinalmente la voz de la Serpiente y en otro construía recuerdo tras recuerdo el cuerpo de su Amante Muerto, la forma en que inclinaba su torso sobre el de ella en las mañanas frías bajo las sábanas, su pelo tapándole la frente, la forma en que extendía sus brazos para abrazarla, con los labios inflamados y los ojos rojos, las pulsaciones contenidas y liberadas de su cuerpo.
Mas un día ocurrió que esta segunda mitad del pensamiento se vio interrumpida por la amenaza de la Serpiente, “Si sigues en esa actitud de zombi te voy a retirar las arcas”, entonces, como si hubiera roto un hechizo la piel suave del Amante Muerto desapareció de su pensamiento, y tuvo que atender a las palabras de su amo: “Hay unos videos que quiero mostrarte”, Eva empezó a temblar, no había nada peor que ver esos videos, cuando la Serpiente los mostraba era porque algo muy doloroso había en ellos. Inmediatamente pensó que al fin habría dado con la infidelidad del Amante Muerto, que le provocaría una herida más profunda, pero no. Sólo mostró tomas grotescas y mal intencionadas de los resquicios más burdos de su amor; a veces el amor es feo, a veces da asco, el amor apesta cuando es grande. Todo lo que hacían en su máximo grado de verdad.
Cuando al fin la Serpiente la dejó ir de aquella función Eva lloró de alegría, su mente se aferró a la belleza absoluta del Amante Muerto, y él, desde su presencia fantasmal, en su alcoba, lo supo. Entonces posó su alma sobre la suya y la llenó de calor, sin palabras le hizo sentir su arrepentimiento por haberla robado, su enfermedad por las arcas, su vergüenza. Entonces ella le hizo saber que sabía que él sabía (su muerte le permitía saberlo) que las arcas también la habían enfermado a ella, que mientras él era apenas un ladrón, ella era una madre que había abandonado a su hijo, una prostituta, una mujer superflua que había vendido su alma por joyas y tratamientos de belleza en aquel palacio horrible que no hacía más que llenarse de estúpidos e inútiles billetes.
(En Las arcas de la Serpiente)