miércoles, 21 de agosto de 2019

Balita

Altitudes

Su cuerpo reposa junto al mío sin tocarme, cada vez que me toca se derrite un poco. Cuando queremos tocarnos debemos subir muchos metros, llegar al punto más frío posible, de lo contrario, pasaríamos a un estado líquido. Por eso, cuando el destino nos coloca en zonas cálidas, preferimos no mirarnos a los ojos, no rozarnos con frecuencia. Cuando la fortuna nos lleva a las altitudes nos desnudamos de ropa y de paredes. Cuatro mil metros bastan para encontrar el equilibrio entre el calor y el aire ralo.
Además a altas temperaturas las enfermedades infecciosas florecen. Él me contagió una muy maligna, aunque piensa que no lo sé. Por eso, cuando al fin puede mirarme, lo hace con culpa, aunque también con lascivia infinita, e intenta esconderse tras unas pupilas que parecen témpanos. Por eso me llevó aquella noche al bosque, donde una enfermera me drogó y dos hombres manipularon mi cuerpo. Una voz dijo: “abre las patas, te voy a curar”, me desnudaron y pusieron la sustancia que       –según la voz- eliminaría los brotes casi imperceptibles entre mis piernas. Pero mi voluntad impulsa a mi conciencia con furia, la mantiene alerta, aniquila a mi inconsciente, y acerté a gritarle su nombre con los labios dormidos y la lengua torpe por el sedante, decenas de veces, su nombre, una y otra vez, “¡Despiértame…!” Cuando despierto él finge su propio despertar, finge que fue mi pesadilla, yo también finjo. Los siguientes días transcurren en la felicidad decreciente de la duda. La enfermera y los dos tipos salieron de la habitación antes de que yo abriera los ojos completamente, pero identifiqué la voz del único que habló. Podría denunciarlo. Al día siguiente fuimos a comer con él, disimulamos. El tipo me dijo incluso que mi caso “le interesaba”. Yo me mostré intrigada ante esta afirmación, aparentemente tan fuera de lugar, él sólo cambió de tema.

Comprendo que contagiarle una enfermedad venérea a una amante debe ser una vergüenza, un padecimiento tan terrible como el suyo, una pena… Lo entiendo. Por otro lado, su plan para curarme -llevarme a una cabaña escondida, drogarme, suministrarme la potente medicina- parece que fue exitoso. Lo he perdonado y lucho por mantenerme en altitudes gélidas, no vaya a ser que me derrita o la infección rebrote.

(Fragmento de capítulo)

viernes, 16 de agosto de 2019

Madre hijafóbica

“Por que una hija tiene que ser amada”, dice el eslogan de la más reciente campaña en contra de los asesinatos de las madres a las hijas. Yo, que fui madre de una bella criatura de sexo femenino la amé sin duda, a mi manera. Últimamente los asesinatos de las madres a sus hijas se han incrementado alarmantemente.
Mi hija era un dulce: había sacado la gracia de su abuela paterna, aunque aún era muy pequeña de edad tenía la figura espigada que tuvo aquella anciana de joven. Mi marido me mostraba orgulloso en fotos antiguas las caderas y la fina cintura de su madre, cuya fealdad era sólo interior.
Cuando mi niña mudó todos sus dientes yo la llevé al dentista para que los destruyera lo antes posible. El dentista es un hombre de negocios sin escrúpulos y aprovechó la oportunidad para abrir muchos agujeros en las muelas sanísimas de mi niña y colocar en ellos la sustancia maligna que al paso de breves años terminaría con su vida.
Debo decir que mi amor hacia mi hija me hizo asesinarla en forma mucho más discreta que el resto -cada vez más alarmante- de las madres que matan a sus hijas. Así, cuando mi bebita empezó a florecer y sus caderas fueron tornándose idénticas a las de mi suegra, cuando sus cabellos rubios y lacios empezaron a ondularse, se enfermó gravemente. 
El dentista, hombre al fin, se sentía complacido por nuestra atractiva presencia. Nos citó una y otra vez en su consultorio hasta que la dentadura de mi hija estuvo infestada de la sustancia letal. Más tarde murió envenenada por sus propias muelas.
El dentista y yo nos enamoramos, velamos juntos el cuerpo de mi nena con dignidad, sin sospecha de haber sido asesinada. 
Hoy estoy esperando un bebé, el hombre que amo está a mi lado, no puedo ser más feliz, la vida me ha recompensado por tantas y tantas cuentas pagadas en favor de mi amado. Quiera dios que esta criatura que llevo dentro sea un varoncito, para que no tenga que asesinarlo.