La miras con asco porque recoge perros de la calle, como aquel muchacho que traficaba con la carne de los animales atropellados en los suburbios, antiguos campos recién avenidos al caos de la Ciudad de México en los años ochenta. Los taqueros eran los principales clientes. Es una actividad normal, casi común; la carne muerta y fresca sirve para alimentar, ella la usa para dar de comer a sus aves.
Ella no sabe desperdiciar nada. No tira y consume y consume y tira como tú. Ella no tira, ni dispara a nadie como tú, que piensas que los feos se tienen que convertir en cadáveres, porque nadie les da de comer, y ponerlos guapos, así como los chicos y chicas que exhibes en tus enormes templos, va a salir muy caro. Tus templos que se yerguen invasores en las calles, tienen altares ante los cuales se postran miles de tarjeta habientes. Son gigantes armados de luces por los que trepan como hormigas atontadas los consumistas, quienes muy pronto volverán a la realidad del salario esquilmado.
Ella no sabe desperdiciar nada. No tira y consume y consume y tira como tú. Ella no tira, ni dispara a nadie como tú, que piensas que los feos se tienen que convertir en cadáveres, porque nadie les da de comer, y ponerlos guapos, así como los chicos y chicas que exhibes en tus enormes templos, va a salir muy caro. Tus templos que se yerguen invasores en las calles, tienen altares ante los cuales se postran miles de tarjeta habientes. Son gigantes armados de luces por los que trepan como hormigas atontadas los consumistas, quienes muy pronto volverán a la realidad del salario esquilmado.