Ha pasado suficiente tiempo de
evolución y desde que tengo recuerdo adolezco de una misantropía, digamos, benigna. Con los años terminó por convertirse en un amor
discreto y profundo hacia muy contadas personas y un amor temeroso y desenfrenado por las
masas. Los individuos multiplicados se convierten en una mancha
visible, dejan de ser humanos. En esa mancha se concentra la sutil energía que
hace de cada uno menos sí mismo. Las manchas amorosas crean paraísos. Las manchas dolorosas crean infiernos, se vuelven asesinas; manos sucias a sueldo de los que nunca se han enlodado los zapatos, se convierten en oleadas de miedo, inventos del poder, experto en terror, que está diseñado para explotar a millones, y luego aniquilar en las mismas cantidades.
Mi primera carrera, esta que
acabo de cruzar, es mi única vida. Fue la primera oleada, y sé, sólo porque sobreviví entre una parvada
inimaginable, entre un cardumen inmenso, que siempre podré sentirme cómodo entre muchos. Muchos pueden construir jardines -como dice la canción- donde había basureros; pero además, pueden hacerlo velozmente, verlos crecer ante sus ojos, con apenas unos cuantos veranos.