Frecuentemente entes entraban en su mente con estrépito. La noche previa a la gran tragedia final una pareja de sombras entró en su habitación, el ruido que sus presencias producían era mecánico, como el de una banda circulando, sus aspectos eran como fluidos horizontales, de máximo un metro de largo una y la otra unos veinte centímetros más pequeña, de distintos tonos de negro, flotaban en el aire, sus cuerpos tenían cierto brillo. Lo despertaron hacia una zona intermedia del sueño en que el cuerpo, inmóvil, contempla aterrado todo lo que ocurre a su alrededor, sin poder hacer nada, sintiéndose abusado, intentando gritar hasta lograrlo para despertar y comprobar que en la habitación no hay nada.
Nada hará que él se convenza de que no hubo nada dentro de la habitación. Entraron con violencia, causando un gran ruido, flotaron a un lado de su cama sin subirse ni tocarlo, se colocaron a la altura de su bajo vientre y una de ellas extendió hacia él una suerte de brazo negro que parecía estar colectando algo de esa parte de su cuerpo, mientras la otra permanecía flotando detrás. Cuando intentó gritar lo único que salió de su boca fue el nombre de su Amante Muerta, hasta que un fuerte ¡Eeeeeey! lo sacó por completo del sueño y permitió al fin que su cuerpo se moviera.
Y así, cada noche su sueño era una batalla contra las ánimas violentas y vampíricas que mandaba la Serpiente, pequeñas bandidas de energía, o de fluidos, con aspectos siempre distintos.
Ser poseedor de las arcas también implica que la Serpiente controle sus sueños. Sin embargo, hay un resquicio donde ella no puede llegar, y ese es el de su amor por la Amante Muerta.