Quienes no se han tomado tan en serio el asunto como yo
ignoran que el juego invita a la acción y pretenden que los vaticinios ocurran
solos, sin mover un solo dedo. No: para leer el tarot hay que actuar y
seguir los pasos necesarios para que los buenos vaticinios ocurran y los malos
no. Un mal lector jamás hará esta aclaración a un consultante. Todo
buen jugador debe saber que la contingencia tiene un peso relevante, y que
incluso siguiendo todos los pasos ningún triunfo está garantizado. Toda persona
juega a vivir, incluso aquellos que se quedan viendo la tele o contemplando el
techo de su habitación, deprimidos y tristes, tienen una forma de jugar, mal
jugar, supongo.
Otra cosa que enseña el tarot es que incluso los analfabetas
pueden leerlo. Está compuesto por signos universales, reconocibles y evocables
en escenas cotidianas concretas en la vida de cualquier individuo. Se le puede
leer, por otro lado, en forma erudita, deconstruyendo cada uno de sus complejos
signos, ordenados eclécticamente, conforme a una abigarrada cultura popular,
acuñados en una Edad Media que lo explica todo a partir de una espiritualidad
dividida, judía, musulmana y cristianizada. No debería aclararlo, pero hablo concretamente del
tarot de Marsella, a partir del cual se generó el amplio resto de los tarots
que actualmente aún se reproducen en versiones. De estas versiones mi única
favorita es la de Dalí.
El tarot es además un gran disparador de la creatividad, su
lectura incita a la imaginación de situaciones y despierta la inventiva en torno
a la solución de problemas. Literariamente oprimió un botón en mi cabeza, pues
en el año posterior a mi inicio como lectora de tarot escribí un poemario, mis
dos primeras novelas e inicié una tercera, además de un sinnúmero de prosas
breves.
Aprendí también que un mazo de cartas puede darte de comer. Cuando abandoné un trabajo buenísimo por una vida bucólica, digamos, y esa vida fracasó, el tarot me alimentó durante los meses más felices de mi vida y me llevó a producir un libro más.
Aprendí también que un mazo de cartas puede darte de comer. Cuando abandoné un trabajo buenísimo por una vida bucólica, digamos, y esa vida fracasó, el tarot me alimentó durante los meses más felices de mi vida y me llevó a producir un libro más.