Retomar mis tareas de costura y bordado es desde aquella maldita liberación un sueño imposible. Mi profesión me absorbió la vida como una plaga centenaria de rémoras, ojalá pudiera volver al macramé. Aquellas labores mujeriles que tantas y tantas veces desdeñó mi marido, eran lo mejor que yo podía hacer.
Si me preguntaran ahora, preferiría ser la mujer que aprendió a cultivar las plantas y a alimentar el ocio de los hombres, que volvió al hogar y crió a sus hijos, que por su maternidad fue vituperada y bendecida. Yo preferiría dedicar mi vida al hogar mientras mi marido trae el sustento y yo dejo de preocuparme por fruslerías, dejo de perder mi tiempo en la oficina.
Aprovechar la tecnología que ellos inventaron y escribir varios libros en una veloz computadora, desde mi casa, inventar un par de torres que superen a las Petronas, confirmar decisiones estratégicas desde el teléfono de la cocina, además de inventar métodos de seducción para divertirme con mi marido, es todo lo que yo quisiera hacer… y aquí me ven, confinada en esta ridícula oficina, en esta estructura edificada sin el menor gusto, con una bola de compañeros flojonazos, insufriblemente apegados a la música que promueven las principales televisoras, al gusto por hablar mal del prójimo y tonterías inimaginables… ¿qué clase de liberación es esta?
Sustituir al hombre en este sistema inventado por los hombres, de cuyo statement general actual gracias a dios no se nos echa la culpa a las mujeres, (una calumnia más sería insostenible) me parece una total contradicción.
Los hijos suelen ser ejemplares cuando una buena madre los sabe educar; en estos tiempos tales casos se dificultan, los niños se vuelven drogadictos y rateros a la menor provocación. Desde que vino esa mentada liberación las madres han desaparecido de sus hogares y los niños andan solos… bueno, desde mucho antes se ha visto la figura de la mujer a la que se le negó el estudio, a la que se le negó la liberación, madre soltera de bocas que alimentar, de niños que se quedan solos en las casas y que más tarde se convierten en delincuentes.
Por desgracia, y me toca decirlo, las mujeres han sufrido tantas vejaciones en sus casas que prefieren salirse de ellas. Luchan desaforadamente por hacer una carrera que les dé independencia económica y tiempo para estar en la calle; la integración femenina a la burocracia tiende a generar un caos social, aunque no sabemos si las consecuencias de éste a largo plazo sean del todo maléficas. Generación tras generación escucharon al hombre cernir maldiciones y temores sobre la figura femenina, echar por la borda la importancia de las labores mujeriles, de las cuales siempre se expresó con desprecio. Filósofos altamente respetados imprimieron en sus libros inmortales una serie de infundios y supercherías sobre la inferioridad de las mujeres… las labores mujeriles son la cocina, la costura, la maternidad, la educación y crianza de los hijos, el hogar, la generación de arte e ideas, la fundamentación de una sociedad equilibrada y justa, respetuosa de la naturaleza y de las diferencias raciales y de género… juzguen ustedes si estas tareas son despreciables. Yo, en lugar de todas las mujeres me amarraría los pantalones y volvería al hogar, dejaría de perder el tiempo en la oficina, lucharía desde mi trinchera secreta en contra de este sistema sin remedio que inventaron los hombres. Publicado en Cultura Urbana.
Si me preguntaran ahora, preferiría ser la mujer que aprendió a cultivar las plantas y a alimentar el ocio de los hombres, que volvió al hogar y crió a sus hijos, que por su maternidad fue vituperada y bendecida. Yo preferiría dedicar mi vida al hogar mientras mi marido trae el sustento y yo dejo de preocuparme por fruslerías, dejo de perder mi tiempo en la oficina.
Aprovechar la tecnología que ellos inventaron y escribir varios libros en una veloz computadora, desde mi casa, inventar un par de torres que superen a las Petronas, confirmar decisiones estratégicas desde el teléfono de la cocina, además de inventar métodos de seducción para divertirme con mi marido, es todo lo que yo quisiera hacer… y aquí me ven, confinada en esta ridícula oficina, en esta estructura edificada sin el menor gusto, con una bola de compañeros flojonazos, insufriblemente apegados a la música que promueven las principales televisoras, al gusto por hablar mal del prójimo y tonterías inimaginables… ¿qué clase de liberación es esta?
Sustituir al hombre en este sistema inventado por los hombres, de cuyo statement general actual gracias a dios no se nos echa la culpa a las mujeres, (una calumnia más sería insostenible) me parece una total contradicción.
Los hijos suelen ser ejemplares cuando una buena madre los sabe educar; en estos tiempos tales casos se dificultan, los niños se vuelven drogadictos y rateros a la menor provocación. Desde que vino esa mentada liberación las madres han desaparecido de sus hogares y los niños andan solos… bueno, desde mucho antes se ha visto la figura de la mujer a la que se le negó el estudio, a la que se le negó la liberación, madre soltera de bocas que alimentar, de niños que se quedan solos en las casas y que más tarde se convierten en delincuentes.
Por desgracia, y me toca decirlo, las mujeres han sufrido tantas vejaciones en sus casas que prefieren salirse de ellas. Luchan desaforadamente por hacer una carrera que les dé independencia económica y tiempo para estar en la calle; la integración femenina a la burocracia tiende a generar un caos social, aunque no sabemos si las consecuencias de éste a largo plazo sean del todo maléficas. Generación tras generación escucharon al hombre cernir maldiciones y temores sobre la figura femenina, echar por la borda la importancia de las labores mujeriles, de las cuales siempre se expresó con desprecio. Filósofos altamente respetados imprimieron en sus libros inmortales una serie de infundios y supercherías sobre la inferioridad de las mujeres… las labores mujeriles son la cocina, la costura, la maternidad, la educación y crianza de los hijos, el hogar, la generación de arte e ideas, la fundamentación de una sociedad equilibrada y justa, respetuosa de la naturaleza y de las diferencias raciales y de género… juzguen ustedes si estas tareas son despreciables. Yo, en lugar de todas las mujeres me amarraría los pantalones y volvería al hogar, dejaría de perder el tiempo en la oficina, lucharía desde mi trinchera secreta en contra de este sistema sin remedio que inventaron los hombres. Publicado en Cultura Urbana.