“¿Y a quién le importa?” Me escucho a mí misma hablando con mi psicóloga, en el audio que conserva de cada sesión. "Últimamente, cuando tengo el impulso de escribir este torrente, es como una corriente de viento, como un elemento de la naturaleza... mejor me quedo escuchando a mi cabeza, hasta que llega un momento en que no tiene nada qué decir, entonces una nueva interlocutora entra en escena. Somos dos. Una serena, la otra tormentosa, la serena siempre termina callando a la tormentosa." Es una grabación de hace dos años.
Hoy que me encuentro en pleno proceso de curación de todo el rencor que acumulé durante mucho tiempo, mi querida terapeuta japonesa me retó a hacer este ejercicio escritural.
Escribir una lista de rencores y de personas que me hirieron. Me dijo que primero escribiera sobre aquellas a las que he perdonado, y luego sobre aquellas a las que no. Siempre he cuestionado el concepto de perdón, hoy veo que definitivamente este mundo carga un montón de perdones imperdonables. Por tanto mi primera lista es corta.
Voy ahora a publicar un breve fragmento del resultado de este primer ejercicio que no es propiamente una lista; omitiré los nombres de personas. Esta práctica no fue diseñada para acusar a nadie, sino para sanar. Sé que en esta lista pueden meterse nombres que están en mis listas de conocidos y espías en Facebook e Instagram, o de este blog mismo, que no pienso invocar, porque todas estas personas pertenecen al ámbito literario mexicano.
Empezaré por mi ingreso al ámbito literario, quizás porque es uno de los aspectos más importantes de mi vida. Asunto por el cual me dedico a leer y a escribir con una disciplina diaria desde muy temprana edad. En ese ámbito encontré, después de escribir mi primera novela, a un editorcillo deleznable y misógino que no hizo más que juzgarme cuando yo era una joven madre que escribía libros y había estudiado durante muchos años para ser escritora. En ese mismo ámbito me encontré con señoras chismosas que jamás leyeron mis libros y se dedicaron a replicar el juicio y el chisme del primer deleznable misógino editor con el que me topé.
El agente morboso, mi primera novela, que después de su aparición fue comentada muy positivamente en varios medios, como nunca sospeché que ocurriría, fue un logro para una joven escritora como yo, que no esperaba mucho. Ante mi libro las reacciones fueron curiosas: para quienes me conocían bien, personas cercanas, fue una novela entrañable y divertida, pero las que no me conocían tendían a juzgarme a nivel personal, como si aquella locura de ficción fuera mi vida. Y así, hasta mi más reciente novela publicada, que representa otro de mis orgullos, alguien comentó: “qué feo lo que le pasó a tu hijo”, porque no leyó mi libro, o bien, porque no está familiarizado con el concepto “ficción”.
Hace algunos meses o años, no lo recuerdo, una escritora de mi generación sufrió un gran escándalo. Últimamente he reencontrado su nombre en mi memoria y voy entendiendo porqué tenía aquella actitud frecuente de burla y desprecio, de comentarios groseros sobre asuntos que desconocía. Cuando una persona hiere a otras intencionalmente es porque a su vez ha sido herida. No quiero imaginar las burlas y los desprecios que aquella mujer del sur de la ciudad vivió en su infancia, en su adolescencia y juventud, en todos los colegios y universidades, donde también hay gente ojete, igualita que ella.
Otra mujer del medio se aprovechó de su aparente cercanía conmigo para difundir videos fuera de contexto, fotografías con las cuales vendieron historias y chismes sobre mí.
A esas dos mujeres no les volveré a hablar, pero no les guardo rencor, porque sé que el mundo en el que se desenvolvieron les dejó el alma rebosante de un deseo irracional de desquite, solo basta con que les muestres aquello que envidian para que se les desborde el espíritu de venganza.
Hace muchos años un ponente especialista en Derechos Humanos, se congració con su público, hablando ofensivamente, desde su mesa de ponencia, sobre una edecán, gesto que varios celebraron con risitas. Ese hombre acababa de dar una cátedra sobre igualdad de género y tolerancia. Nunca olvidaré que aquel incidente se dio en una conferencia a la que asistieron amigos y colegas cercanos. Dentro de ese mismo grupo de compañeros hay personas a las que estimo y admiro, pero existen otras, afortunadamente no tan abundantes, que discriminan y maltratan porque ciertos aspectos físicos femeninos les recuerdan a alguno de los gastados prejuicios que los han carcomido por generaciones de machismo amargado y violento. En los medios literarios y en la literatura misma el asunto no es más alentador. A veces también es culpa de la niña de la primaria que nunca les hizo caso, o del amigo al que odiaron, etcétera. Lo triste de esto es que este tipo de violencias siempre fueron aplaudidas cuando actuaron en masculino.
No recuerdo que el reciente señor de nuestros medios haya respondido alguna vez mis saludos las pocas veces que nos topamos en eventos diversos, su mirada siempre fija en mis carnes. Sus acompañantes haciendo bromitas pendejas, también misóginas y aplaudiendo el desdén injustificado que tan bien le sale cuando de mujeres se trata. No sé cómo pueda calificarse a ese gesto que lleva a un hombre a no responder el saludo de una dama cuyas carnes observa insistentemente. El señor de nuestros medios y polémicas actuales es apenas un botón en la muestra del machismo multicolor de nuestro México literario.
Ni al ponente sobre igualdad y tolerancia, ni al señor de nuestros medios recientes, les guardo rencor.
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